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Si por la Novena vas Pasando

  • Foto del escritor: Camilo Muñoz Cortes
    Camilo Muñoz Cortes
  • 23 dic 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 16 ene 2023


El otro día lo vi por la calle, ahí estaba, como si nada, con su bata y unas bolsas seguro llenas de mercado, era dios cogiendo un taxi. Con sus crespos alocados con sus rizos dorados, se veía tan ocupado, que si no supiera que era dios hubiera dicho que andaba asustado. Otro loco en la novena, mendigando pa’ la cena. Trancaba toda la vía, mientras se montaba a un sedán amarillo, tratando de cuadrar todas las bolsas que traía. La gente desesperada del atasco que se armaba pitaba y pitaba de tal forma que me sentía en un post-asado en Barranquilla. Entre tanta bulla y tanto grito, me uní al caos y grite de lejos "oye bacalao te conozco incluso disfrazao", me volteó a ver y alzó la mano saludando. Una sonrisa se me escapó, no sé bien por qué, sería el tiempo o el antaño. Me hizo señas que viniera y me le acerque, ¿cómo no? si era dios a quien no veía hace tanto. Me dio un largo abrazo y me dijo que iba apurao. "Como raro" le respondí canchereando. Soltó una carcajada que hizo mover su barba blanca, de lado a lado, como la cola de un conejo burlándose de un zorro lejano. Puso su brazo en mi hombro, usándolo de bastón para subirse por fin al carro de un chocoano enfadado. Me miro a los ojos y con esa voz dulce que le heredo a algún santo me dijo ya más calmado "Tomémonos un café mañana a las ocho que no estoy tan apretado, vayamos a esa esquina tan famosa, de la que me has contado, esa donde dices que hay un cuadro veneciano, que cualquier al verlo de la nada te habla como un franco". "De una" respondí, "quinta con setenta, es el café de las flores de vainilla", añadí mientras el taxi se alejaba pa llevarlo a su colina.

Llegue temprano y me senté en el rincón que siempre tengo apartado. Imagine que con lo incumplido me tendría un buen rato esperando, pedí un jugo y un croissant italiano, esos rellenos de crema que se comen diariamente los sicilianos. Oí un silbido angelical que solo podía venir de un ser inmortal, a la lejanía venía dios por la quinta, cantando vallenatos preparado para charlar de la vida. Se sentó frente a mí y sin dejarme siquiera saludar comenzó a hablar de las ardillas, su obra favorita. Así es dios el incomprendido, miles muriendo en Yemen y el como si na', sentado con un vago untando pan con mantequilla, comiendo tamal en un café con olor a vainilla, hablando de roedores voladores. Preguntó por los míos y yo por los suyos, le mostré fotos de mis viajes y el de su jardín árabe. Le hablé sobre el tiempo y las estrellas, y el sobre River y Kusturica. Recordamos con nostalgia ese avión no tan lejano en Luxemburgo, esas madrugadas sabanales y esos cometas en la vela. Con más café, panes y jugo hablamos del 86, de colibrís enjaulados, de la Nouvelle Vague y de Valdano, de trenes y noches lluviosas, de pelicanos y pirámides, de fronteras y desencantos, hasta que finalmente dios miro su reloj y alzando los brazos me señalo que era hora de irse a ver a su negra a la plaza toreando. Le agradecí por Doha, Maradona, y Belgrado, con un guiño solemne lo despedí hasta la próxima en Río, Buenos Aires o mi novena. Pagó la cuenta y sacó su sombrero volteao, salió a la quinta silbando, seguro pensando si India o el Kilimanjaro.

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