La Siria que Seremos
- Camilo Muñoz Cortes
- 9 abr 2017
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 16 ene 2023

De pronto no lo recuerdan porque éramos un poco jóvenes, incluso algunos de nosotros no habíamos nacido, pero hubo una época por allá del siglo VIII al XII, donde el lugar para estar no era Nueva York, que ni siquiera se había fundado, ni Londres, París y Roma que se sumergían en la edad media. ¿En qué lugar estarla viviendo?, porque seamos honestos hoy día (como dirían los chilenos) no hay mejor indicador de cual es el lugar para estar, que el que tenga la suerte de tenerme como huésped. En fin hubo una época donde me hubieran podido encontrar saltando sombras de gente que pasa por las calles de Damasco o quejarme de los turistas que por esas épocas visitaban Bagdad. Durante 500 años, QUINIENTOS, 125 mundiales de fútbol, estas dos ciudades eran el centro de la tecnología, del arte, de la ciencia, de preservar lo que los griegos y romanos habían logrado y mezclándolo con las sabidurías de la india y de china. Damasco y Bagdad eran en esa época lo que Barranquilla es un mundo opuesto al que vivimos hoy.
No vengo a decir un discurso, sobre como esas dos ciudades decayeron al punto en el que están hoy. Simplemente se me hace curioso, se imaginan que en siete siglos las dos ciudades más importantes del mundo sean Bucaramanga y otra que ni siquiera exista hoy, mientras que Nueva York está sumergida bajo el agua, y París en ruinas después de una revuelta civil para bajar el trabajo semanal de 16 a 15 horas. He visitado tantos lugares que algún momento fueron centros del mundo, desde Aix la Chapelle a Machu Picchu, la mayoría son solo piedras ahora, otras tienen suerte y siguen siendo pueblos, Aix la Chappelle sufrió la peor de las suertes ya que ahora es un pueblo alemán. Siempre hay excepciones pero por lo general son ciudades que fueron centros religiosos, como Roma o la Meca. Así que salvo milagro tarde o temprano todas las ciudades que conocemos hoy en día, serán olvidadas, o modificadas a tal punto que no serán más lo que eran.
Desde hace un tiempo tiendo a comparar a las personas con las ciudades a las que me recuerdan, una Nueva York a la cual que siempre que visitas te preguntas ¿Por qué no estar siempre ahí? Una parís que te alegra y te deprime al mismo tiempo, una roma que parece siempre estar soleada, una Bogotá que perdió su magia, una Londres que nos llama a conocerla más o una Moscú que mejora constantemente. Y nosotras las personas, al igual que las ciudades, simplemente dejaremos de ser. En una época solía ir bastante seguido a la Defense a ver películas, al salir me sentaba en las escaleras del arco y veía toda Paris, preguntándome si algún día dejaría de estar ahí, si en 10, 100, 1000 años alguien sentado en el mismo lugar que yo, vería un paisaje completamente diferente, sin saber sobre todos los que estuvieron antes en el mismo lugar que él. ¿Acaso no es ese el temor más grande del ser humano? El miedo a ser olvidado, el miedo que si no se deja una huella, todo lo que pensó, todo lo que dijo quedara perdido, y si ese es el caso, vale la pena tanta devoción al presente y al futuro sabiendo que tarde o temprano nadie lo recordara. ¿Si vives para contarla, pero tu cuento se pierde acaso has vivido? De que sirven hacer mil y un proezas, echarse el equipo al hombro cada fin de semana si al final el resultado será el mismo que cualquier otro, la nada, el vació, el olvido.
El otro día una serie de eventos aleatorios me llevo a voltear mi mirada una décima de segundo para verificar algo, si no hubiera hecho tal, hubiera dado un paso más a la calle y me habría cruzado con auto al cual desde mi posición era imposible ver, o que él me viera. Como pare esa décima solo sentí el viento pasar frente a mí. A lo mejor incluso sin esa mirada repentina, no hubiera pasado nada, el carro hubiera podido frenar o mis reflejos se hubieran activado mágicamente e igual hubiera parado, a lo mejor hubiera volteado a ver antes de cruzar como siempre lo hago. Pero que tal si no. No se puede razonar así. Que tal que no me hubiera ido de Estocolmo, y siguiera yendo a oír cursos aburridos, salir los viernes de clase y caminar un rato por Drottningatan para tomar sopa de pescado, a lo mejor hubiera estado en el mal momento en el mal lugar. Los que creen en los universos paralelos nos dicen que todo lo que puede pasar ha pasado y pasará en algún lugar. En unos soy feliz en Nueva York, en otros París me conquistó, en otro un detalle evito que por una décima de segundo girara mi cabeza, y en otro no llegué a tomar mi sopa.
Que se le va a hacer uno está en el que tocó estar, solo me siento mal por la versión en la cual tuve que pasar los últimos tres meses aburrido. Lo único que importa es esperar que cuando pase el temblor uno haya hecho lo que quiso hacer, no lamentar el tomar las decisiones que mejor convenían en un momento, incluso si a posteriori fueron malas. Esperar que los destellos de gloria aguanten lo más que puedan el paso del tiempo. Esperar que cuando el último rayo de sol toque la tierra, en algún lado, alguien recuerde que en algún momento en la historia hubo una Camelot, recuerde la Damasco dorada, el Bagdad del conocimiento, la parís de las luces, la Nueva York de los sueños y la Roma soleada. Y que esa última décima de segundo de recuerdo antes del olvido universal, sea lo suficientemente fuerte para inmortalizar a todos los que hicieron los que quisieron y a todos los que no.
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